Por Italo Pallotti.-

“Hay instantes en que, cualquiera sea la actividad del cuerpo, el alma está de rodillas”. Víctor Hugo

Y aquí estamos. En las puertas de acontecimientos que señalarán hitos en la vida de la República. Época de elecciones. Tiempos de convulsión y enfrentamientos. Mensajes que desde el poder los genera en grado sumo. Horas en las que el hambre, en sentido estricto, queda oculta por el hambre de paz social, de justicia, de dignidad. Todo, como resultado de una Patria herida en sus bases. Todos en una zona gris en la que todavía se atreven a hablar de la unión de los argentinos. Surgidas en supuestas clases oratorias en las que, blandiendo discursos de ocasión y plenos de hipocresía, pretenden convencernos de que son los emisarios de las verdades reveladas que no harán, al final, sino introducirnos cada vez más en la ciénaga. Las rencillas internas de los que gobiernan y los aspirantes a sucederlos son la constante para desunir a la sociedad, por obra y gracia de ellos mismos. Y para hacer de esto un muestreo rápido, la podemos encasillar entre los pobres de pobreza total, como rehenes del planerismo absurdo y degradante (a pesar de los planes “Platita”); los clase media debatidos en una supervivencia cruel y decadente; los ignorantes o indolentes a quienes nada les importa y sólo pasan por la vida, y los privilegiados de siempre, hijos putativos de un Estado protector para una clase Vip a extremos que producen asco y vergüenza. ¿Cómo hemos sido capaces los argentinos de tolerar semejante herejía de los grupos de poder? Mientras los que no deberían votar, por innumerables motivos, sigan gozando de ese privilegio, nada será distinto. En tanto la dádiva sostenga a los arreados de cada día, todo será igual. En tanto “Papá Estado” solvente como cautivos a una mayoría descalabrada y empobrecida con tantos años de populismo asqueante y demagógico, no habrá salida. De más está decir que la oposición (de todos los colores), por acción, omisión o complicidad, está acovachada en sus reductos esperando que la gente vuelva a “devolverles la confianza” que supieron, quirúrgicamente, destruir cuando el pueblo los votó. Tanta ignominia duele, porque en el fondo uno se siente, aunque sea un poquito, responsable de tanta porquería acumulada durante tantos años bajo la alfombra de un país que alguna vez amagó ser distinto. Verlos destruidos por los votos, porque al parecer nada puede ser opción, es lo único que merecen. Pero parece raro, mientras a nadie le preocupa otra cosa que mirar a través de sus anteojeras egoístas y ventajeras. Ni hablemos de los mantenidos (de lujo y de los otros) que se hacen los otarios por fidelidad comprada o ignorancia y siguen votándolos, aunque en las listas esté el más cínico. Es de esperar que un día sus retorcidas conciencias, cuando miren a los ojos a sus hijos, les marquen algún arrepentimiento, a pesar que el bolsillo o el estómago tenga todavía algo que les permita no vomitar al ver tanta desgracia que rodea a sus semejantes.

Hasta que la ley y el orden no comiencen a transitar de una vez por todas la vida de la República (pero para Todos, repito: para Todos) esta nación seguirá chapoteando en el barro, la inmundicia y el desquicio al que lo han llevado 80 años de populismo, demagogia exasperante y trágica. Incluidos aquellos que por miedo, complacencia, servilismo, soberbia, corrupción, vedetismo, amiguismo o incapacidad manifiesta se prendieron a esta verdadera explosión e implosión a la que han sometido al país. Ni el miedo a la deshonra los para. Ni la posibilidad de un castigo ejemplar los hace titubear en sus manifestaciones y actos. Queda claro que el pueblo, en una mayoría clasista de ignorantes, cortoplacistas, titiriteros, nulos cívicamente, corruptos, mendaces y tanta otra miseria, han sido los cómplices de este final al que estamos asistiendo, casi inmutables. Deseo fervientemente que esté próximo ese final, aunque lo dudo. En la confusión y el embrollo, el malvado encuentra su mejor reducto. ¡Alerta roja!

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