Por Paul Battistón.-

El sorprendente o sorpresivo mapa pintado de lila (LLA) no parece prolongarse en un correlato en las caravanas que Javier Milei emprendió rumbo a la primera vuelta electoral. Claro que lo de “parece” es desde el sencillo análisis numérico de agitantes caminadores tras un mileimóvil. Una mirada muy peronista de la cuestión, acostumbrados a sentirse dueños de la calle mediante una coreografía de aroma, color y calor ya casi centenaria. Comprar la calle no desmerece su posesión; si se paga por ella, se es dueño. Largas colas de colectivos mostrados desde la contraparte como ingenua prueba de debilidad son motivo de un sentimiento de fortaleza y capacidad organizativa de concentración. De la misma forma que las vistas aéreas económicas de los drones han expuesto estos mecanismos de concentración de una forma amplia y clara también han expuesto el pequeño manchón de efervescentes virgos libertarios deslizándose junto al rugiente Milei. ¿Dónde está el error o en todo caso las discrepancias?

El ítem calle es un tema obsesivo en cualquier grupo de fermentación de la doctrina peronista. El número y el número puesto a ocupar la calle están a la par en importancia a la existencia de una pata sindical. No existe peronismo sin posibilidad de ocupar la calle y sin sindicato indicativo de agitación trabajadora. Esa pata sindical también es en gran parte la financista de la compra de la calle (la espontaneidad es una presencia en decrecimiento).

El trazado asfáltico ocupado de fervor impago ha comenzado a ser una atemporalidad. Quizás las últimas caravanas de espontaneidad urgentemente efusivas fueron las de Menem. Las últimas exitosamente (en cantidad, no en triunfo) pagas fueron las de Duhalde. Las últimas de hijoputesco engaño fueron las de Néstor en Gualeguaychú.

La nueva calle circula intangible lejos de la realidad aromática y sensible de las masas, se asoma a la acción a través de las miniventanas portátiles de prolongación personal hacia las redes ¿Qué poder puede tener lo viral ante lo presencial? (hágase esta pregunta con una socarrona sonrisa de incredulidad peronista y el tiempo lo habrá golpeado).

El apoyo virtual en su virginidad presencial tiene ganado el menosprecio de los amasadores de presencias aduladoras correspondidas con abrazos cínicos. En lo virtual puede ir un sólido convencimiento y no una necesidad de ser convencido. Una exposición observada por un número récord mundial de visitas a una entrevista es un indicativo de una caravana de ideas y curiosidad reforzándose en una misma dirección.

Aún no entendemos las leyes de la viralización, por lo tanto difícilmente puedan discernir que se les escapó en un Maratea, y mucho menos comprender como Hayek o Friedman encontraron la ventana en un grito desaforado.

Con la vista fija en el asfalto de las miserias, están sembrando el descuido en las ventanas de la nueva avenida de la fidelidad intangible. Quienes cuentan hormigas a la par del carro se pueden estar equivocando en una forma grosera.

Quien haya visto el video me entenderá…

La epifanía o el terror transparentados en la deformidad de expresión del rostro de Javier Milei al levantar en alto una circunstancial imitación de bastón de mando, arrastra tras de sí la más cuantiosa caravana de incógnitas, emociones, preocupaciones y dudas que político alguno haya podido arrastrar por las arenillas del asfalto sin la necesidad presencial de espacio y tiempo preciso.

El triunfo o la derrota de Javier Milei es el acontecimiento que se convertirá en el punto reafirmante del quiebre (las demás circunstancias de triunfo o derrotas surgidas de las propias serán colaterales). Su caravana invisible fija en su persona el elemento a observar como indicador de las nuevas cuestiones y derroteros.

¿Qué ofrecen los derrotados o derrotadores (en escaso tiempo) de Milei?

Patricia Bullrich, en la estrategia más errada que ha tenido, nos ofrece a una vieja decrépita como trofeo indicándola a modo de indirecta en el nombre de un distópico penal, justo cuando ya nadie la quiere como trofeo. Ofrece un país normal ante la ansiedad de una anormalidad milagrosa recompensadora.

Sergio Massa ofrece la miseria enternecedora del sanitarismo monetario, fiel heredero de la injusticia social que deja a los boludos a años luz de distancia por debajo de sus guías iluminados.

Schiaretti nos ofrece un precio de la leche razonable.

Javier Milei ofrece la cabeza de la casta corporativista. ¿Es creíble?

Lo incierto de lo creíble es superado por lo deseable. La señal de todas formas es muy visible; los oportunistas se enlistaron y enfilaron en su contorno físico, clara señal de que dejaron de ver oportunidades en los lugares donde antes obtenían sus éxitos personales. Si Milei pierde, habrá mucha mano de obra desocupada (de cuidado). Si gana, puede que haya una extraña circunstancia de lucha de castas.

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