Por Italo Pallotti.-

Nuestro país se ha caracterizado desde hace mucho tiempo por caer de modo sistemático en asuntos recurrentes qué, de a poco, han ido socavando las estructuras de una forma de vida caracterizada por la angustia y el sufrimiento de grandes sectores de su población. Aunque parezca demasiado osado, sobre todo para aquellos, como en este caso, no contamos con la suficiente preparación desde lo científico, técnico o como quiera llamarse, tenemos la obligación de incursionar en un tema que por su gravedad y poder de daño nos toca de una manera contundente y demoledora. La referencia viene al caso por el ya histórico tema de la inflación. Los que ya pasamos más de siete décadas sufriendo los efectos trágicos de este flagelo que atormenta y destruye la economía del país, tenemos la obligación y el derecho de hacer alguna reflexión sobre este asunto. Los argentinos y de la mano sobre todo de gobiernos qué desde la demagogia, el populismo o los ideologismos, silenciosamente y casi de un modo furtivo, hemos ido permitiendo que se atacaran los símbolos que fueron, en otros tiempos, motivo de orgullo de la ciudadanía. Entre ellos se encuentra la moneda, que como tal se constituye en un instrumento de soberanía e independencia económica, aunque por desgracia no es el caso de nuestro país ya que ha sido sometida, violada y bastardeada de un modo casi obsceno, década tras década. Después de haber sostenido desde 1810 hasta 1944, índices del 2% anual, a partir de allí (¿les suena?) comienza un desbarajuste que no ha tenido solución hasta nuestros días con índices que no han podido bajar (salvo ínfimas excepciones) de los dos dígitos; para concluir en algunos momentos en la hiperinflación, tema sobre el cual, por su semejanza, está preocupando por estos días al país. Los artilugios que se “inventaron” en el medio de semejante descalabro (ni hablemos si se lo compara con la mayoría de los países del planeta), no dieron los resultados esperados. El peso moneda nacional de curso legal, feneció carcomido por descabelladas opciones (nuevos signos, eliminación de ceros, figuritas-desde próceres a animalitos), cepos, bonos, bonex, devaluaciones, incautación de depósitos, corralito/ corralón, monedas truchas (cecores, patacones, etc.), y tanta otra perversión financiera (por ser educado en el término) que sólo sirvieron para la nada misma. Como alguna vez se dijo “mismo perro con distinto collar”; que nunca aportaron algo coherente como solución a semejante problema. El peso, histórico, se lo devoró otro peso, el de una leyenda trágica de la economía y las finanzas. Y tras él fueron al canasto los planes, promesas y tanta opción milagrera de los 129 ministros de Economía (1854 al 2023-Fragueyro a Massa). Los planes desde Perón, (comienzo del descontrol) hasta los K, pasando por Macri (por aquello de Ah, pero Macri, por las dudas) estableciendo políticas sociales que condujeran a mejorar el ingreso de los trabajadores, vía transferencia de riqueza (del empresariado a los obreros), sólo sirvieron para un pertinaz empobrecimiento; pues la tal distribución no fue el resultado de una mayor riqueza y desarrollo del país, sino todo lo contrario. Una caja raquítica, para dar de comer a un ejército de hambrientos y mantenidos. Ecuación imperfecta. En el medio de todo este dislate histórico, se utiliza como justificación, literalmente, cargar siempre las culpas en el antecesor; nunca las propias generadoras cada día de más confusión y estrés a una población que se debate en la incertidumbre de no saber con qué nueva sorpresa se encontrará al día siguiente. Tras de esta sucesión de planes abortados, por factores endógenos y exógenos (utilizados por la política para justificar conductas), se fue retrasando la decisión de generar un modelo de país sustentable en el tiempo; como también quedaron a la vera del camino, de un progreso con estabilidad, miles de proyectos empresariales y personales producto de la incertidumbre que provoca el desvarío de algo tan serio en manos de inútiles, impresentables, cuando no corruptos, en el manejo de variables tan importantes. Hoy hay un enjambre de piqueteros, subsidiados, punteros, dirigentes barriales, empleados públicos (sin que nada justifique semejantes cifras), militantes vividores de las arcas públicas que merodean los organismos repartidores de una caja exhausta ante tan feroz tironeo. En la vereda del frente una clase (agobiada y cada vez más pequeña) como en una perinola vergonzante sigue en modo “todos ponen”, para ver hasta cuándo puede aguantar la cuerda sin que se corte inexorablemente. En tanto, la pobreza y la riqueza se miran de reojo. Con rabia, con recelo, con el temor de que un día se ataquen con aire mutilador y se quiebre la delgada línea que las separa. Hay un primer paso para dar; quién nos prestará el andador para darlo, es todo una mera entelequia. Como se señala en el título, creo con certeza, que nacimos y moriremos con inflación. Y alguien se preguntará, seguro, cada día porqué se van los que se van; porqué se quedan los que se quedan, en un interrogante que quizás por aquello del “amor a la Patria, los afectos, la identidad, la claudicación o no, el hartazgo por todo, el amor a los símbolos, a la familia y los amigos, en el odio a la política”; en fin, en esa mezcla incompatible esté la respuesta que cada uno pueda darse. ¿Bondad? ¿Egoísmo? ¿Rabia? ¿Asco? ¿Quién puede explicarlo? El modelo de país, mil veces añorado y otras tantas prometido, yace en la tumba de las promesas incumplidas. Quien quiera oír, ¡que oiga!

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