Por Hernán Andrés Kruse.-

El 6 de agosto de 1945 no fue un día más para la humanidad. Ese día se cometió uno de los actos de guerra más atroces que registre la historia. Ese día una ciudad nipona fue devastada por una bomba desconocida hasta entonces: la bomba atómica. Ese día Hiroshima fue borrada del planeta Tierra.

El 6 de agosto se conmemoró el septuagésimo octavo aniversario de ese acto de barbarie. Ese día Infobae publicó un artículo de Alberto Amato titulado “Hiroshima: el día que todas las cosas vivas se quemaron hasta la muerte y la reacción de los pilotos que arrojaron la bomba”. Recomiendo vivamente su lectura ya que nos hace recordar algo que nos negamos a reconocer: que el hombre es el animal más despiadado que existe en la tierra.

Lunes 6 de agosto de 1945. Era verano. Pasadas las ocho de la mañana sus habitantes salían de sus hogares para hacer sus tareas habituales. En un abrir y cerrar de ojos la ciudad desapareció de la faz de la tierra. A seiscientos metros de altura estalló una bomba atómica llamada “Little Boy” arrojada por el bombardero “Enola Gay”, en homenaje a Enola Gay Tibbets, madre de quien era el piloto, Paul Tibbets. Lo que sucedió inmediatamente después del estallido es sencillamente aterrador. En la zona del estallido-la denominada “zona cero”-la temperatura se elevó a un millón de grados centígrados y abajo, en Hiroshima, murió en el acto casi el cuarenta por ciento de su población, es decir unas ochenta mil personas. Otras treinta y cinco mil personas resultaron gravemente heridas y muchas de ellas murieron en los días posteriores. Cuando expiraba 1945 otras sesenta mil personas fallecieron a causa de sus espantosas heridas o por envenenamiento provocado por la radiación.

Estudios posteriores demostraron que a tres cuadras del punto cero se había esfumado toda forma de vida; a cuatro kilómetros y medio a la redonda la mitad de los sobrevivientes a la explosión fueron devastados por la radiación; a once kilómetros a la redonda decenas de miles de personas sufrieron severas quemadura como efecto radiactivo; y a ocho kilómetros del punto cero no había ningún edificio sano. Media hora después del estallido el cielo se ennegreció como consecuencia de una extraña lluvia negra repleta de partículas radioactivas. De los doscientos médicos que trabajaban en la ciudad sobrevivieron apenas veinte. Y de las mil setecientas enfermeras registradas, únicamente ciento cincuenta. Gran parte de los hospitales, clínicas y centros de atención estaban destruidos. El “Proyecto Manhattan”, liderado por el científico Robert Oppenheimer, había resultado exitoso.

En los días previos a la devastación los vencedores de la segunda guerra mundial, Truman, Churchill y Stalin, se encontraban en Postdam (Alemania). El 2 de agosto, de regreso a los Estados Unidos, el presidente Harry Truman ordenó, desde el crucero de guerra “Augusta”, el ataque atómico. Dieciséis horas después de la devastación Truman le informó al pueblo de su país lo que había sucedido en Japón: “Hace dieciséis horas un avión americano arrojó una bomba sobre Hiroshima. Consiste en el aprovechamiento de las fuerzas elementales del universo. La fuerza de la que el sol deriva su energía ha sido liberada contra aquellos que provocaron la guerra en el Lejano Oriente (…) Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado. Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario incremento de destrucción, a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas. Estamos produciendo éstas e incluso están en desarrollo otras más potentes (…) Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. Vamos a destruir sus muelles, sus fábricas y sus comunicaciones. No nos engañemos, vamos a destruir completamente el poder de Japón para hacer la guerra (…) El 26 de julio elaboramos en Postdam un ultimátum para evitar la destrucción total del pueblo japonés. Sus dirigentes rechazaron el ultimátum inmediatamente. Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra”. Tres días después otra ciudad nipona, Nagasaki, fue devastada por otra bomba atómica. El 15 de agosto Japón se rindió de manera incondicional.

Marcel Junod fue un médico suizo que llegó a ser Vicepresidente del Comité Internacional de la Cruz Roja y, además, el primer galeno que visitó las ruinas de Hiroshima luego del ataque atómico. Dejó para la posteridad un escrito titulado “El desastre de Hiroshima” en el que describe los devastadores efectos de la bomba atómica que arrasó con la ciudad nipona. A continuación paso a transcribir una parte del mismo.

EL BALANCE MATERIAL

“En la ciudad, habían sido dañados 67.650 edificios, de los cuales 55.000 habían quedado totalmente arrasados por el fuego, 2.300 habían sido a mitad destruidos, unos 7.000 habían quedado demolidos y 3.700 a mitad demolidos. Noventa vagones, ochenta y siete tranvías, cuarenta y cuatro coches de bomberos, ciento veintidós camiones quedaron completamente destruidos y fuera de uso. Todos los hospitales habían sido totalmente destruidos, salvo el de la Cruz Roja Japonesa, cuyos muros se mantenían en pie, pero cuyas puertas, ventanas y cristales habían sido arrancados por la explosión. El mobiliario y las instalaciones técnicas en el interior habían sido dañados también enormemente. La mayor parte de las escuelas, los bancos y las fábricas había desaparecido. Las reservas de medicamentos, de material sanitario y de alimentos estaban destruidas en parte. Por fortuna, sin embargo, se había podido salvar cierta reserva de medicamentos, gracias a que las autoridades, por precaución, los habían distribuido entre diferentes depósitos. El 90% de los teléfonos había quedado destruido por el fuego; una sola línea con el exterior estaba casi intacta; había sido reparada dos días después del bombardeo.

Mas la comunicación con el exterior siguió siendo precaria durante varios días. Los centros productores de electricidad habían quedado todos destruidos; felizmente, en el barrio oriental de la ciudad, que fue el menos tocado, se pudo restablecer la corriente eléctrica el 7 de agosto. Las instalaciones de agua potable corriente sufrieron pocos daños en comparación con el resto; pero, a causa de la vasta extensión de las demoliciones, las perdidas de agua eran abundantes y la presión casi nula. De 54 bombas contra incendios, 29 habían quedado destruidas, 12 eran inutilizables y solamente 13 estaban en funcionamiento. En su mayoría, los puentes, muy numerosos en Hiroshima, sobre los siete brazos del río Ota, casi no habían sido afectados. Solo dos o tres de ellos habían sufrido serios danos. Las vías del ferrocarril y las vías de los tranvías escaparon casi completamente a la destrucción”.

EL BALANCE HUMANO

“El 11 de agosto, las secciones de socorro, constituidas en su mayor parte por militares procedentes del exterior, sin tener en cuenta en absoluto el peligro de exponerse a la radioactividad persistente, habían recogido en las calles 32.000 cadáveres. Esa cifra indica casi exclusivamente las personas que habían sido directamente víctimas del rayo de la bomba. Posteriormente, se encontraron muchos cadáveres entre los escombros de las casas derruidas o destruidas por el fuego. La cifra total de muertos se calculó más tarde en unos 80.000. Muchos heridos murieron en los hospitales a causa de sus quemaduras: y miles de personas perecieron bajo la acción tardía de los rayos gama. Esta fue la dramática situación en la que tuvieron que actuar las autoridades japoneses al día siguiente de la catástrofe. Los heridos sólo fueron recogidos tardíamente y, en los escasos edificios de la ciudad que quedaron intactos o en los edificios a mitad demolidos, se organizaron apresuradamente unos 50 hospitales provisionales. El número de heridos parece haber alcanzado la cifra de 100.000, pero muchos de ellos murieron a causa de la gravedad de sus quemaduras o por falta de asistencia”.

EFECTOS DE LA BOMBA ATÓMICA EN LOS INDIVIDUOS

EFECTO CÁUSTICO

“Entiendo por efecto cáustico el resultado de la acción irradiativa y corrosiva de los rayos ultravioletas, que van del eritema simple de los tegumentos a la quemadura de tercer grado, o sea la ulceración. Esta acción parece haber sido muy breve, de unas fracciones de segundo, como lo prueban las quemaduras unilaterales en ciertos individuos. Es el llamado « flash burn » por los estadounidenses. La intensidad de la quemadura no dependía del tiempo de la explosión, sino del alejamiento de la fuente de los rayos ultravioletas”.

EFECTO TÉCNICO

“Según las comprobaciones hechas por los expertos japoneses sobre los materiales fundidos en Hiroshima, parece que la temperatura se elevó en el suelo a 6.000 grados centígrados. La energía desarrollada en calor se calcula que fue de diez elevado a la potencia doce calorías. Esa temperatura se debió a la radiación intensa de los infrarrojos. El efecto en los seres humanos se tradujo en sofocaciones y quemaduras profundas que llegaron hasta la carbonización. Es evidente que el grado de las quemaduras varió según que las víctimas se encontraran directamente bajo el centro de la explosión o a distancias más o menos grandes del mismo. Así, las víctimas más cercanas al lugar de la explosión fueron carbonizadas cualquiera que fuera la ropa que llevaban. Se han observado los casos más diversos. Uno de los más sorprendentes es el de una mujer que llevaba un delantal blanco con rayas negras y cuya piel sólo se quemó bajo las rayas negras. La absorción de las radiaciones luminosas por las substancias negras las llevó a una temperatura tan alta que quemó la piel a su contacto inmediato, mientras que el blanco, como no absorbe sino que refleja las radiaciones, desempeñó un papel protector en el espacio de los cuadrados. En muchos casos, la acción de los rayos ultravioletas e infrarrojos, aun actuando según mecanismos diferentes, estuvo íntimamente ligada”.

EFECTO MECÁNICO (ONDA EXPANSIVA)

“Es el clásico efecto de la deflagración de una bomba explosiva. Sin embargo, en el caso de la bomba atómica, es infinitamente mayor que todo lo que conocíamos precedentemente. La fuerza de presión a 1.000 metros de la bomba se calculó en 130 kg por cm2. Fue la causa del derrumbamiento de las casas de madera, hasta 4, 5 y 6 kilómetros del centro de la explosión. Los individuos parecen haber sido arrastrados por tierra con violencia. Sobrevinieron numerosos accidentes en el interior de las casas así construidas, gente golpeada que perdió el conocimiento, piernas rotas, etc. Los edificios de piedra resistieron en general, es decir, no se derrumbaron completamente, pero la onda producida por la explosión penetró por las puertas y ventanas, causando grandes daños en el interior. Es de observar que la mayor parte de las chimeneas redondas permanecieron intactas debido a que su forma casi no ofreció oposición a la deflagración y su elasticidad les permitió una mejor resistencia”.

EFECTO RADIOACTIVO

“Este efecto se debe a los rayos X, los rayos gama y los neutrones. Los rayos gama, capaces de atravesar los cuerpos opacos, son ciertamente los que produjeron la acción biológica más importante, junto a la acción más superficial de los rayos ultravioletas. Esta acción tiene la particularidad de que no es breve como la de los rayos ultravioletas, sino que se prolonga en tanto que substancias radioactivas desprenden radiaciones. La radioactividad parece haber sido nociva en Hiroshima para los seres vivos durante unos cinco días después de la explosión de la bomba; a partir de ese momento, la acción parece haber sido casi inofensiva. He aquí dos ejemplos que ilustran adecuadamente ese peligro persistente: Habitantes del campo llegaron al emplazamiento donde antes estaba la casa de sus padres, en busca de los desaparecidos. Solo hallaron cenizas y escombros, entre los cuales encontraron algunos huesos. Los recogieron respetuosamente para darles una sepultura digna. Los tomaron en sus manos y los apretaron contra su pecho, transportándolos así varias horas hasta su domicilio. Varios días después, los médicos comprobaron quemaduras en las manos y en el pecho, signos evidentes de una « radiodermitis ».

La sucursal del Nippon Bank, que se encontraba a 380 metros del centro de la explosión, quedó en parte demolida, pero un ala se conservó intacta y fue posible salvaguardar algunas habitaciones en las que se encontraba material (hierro y seda). Algunos funcionarios, que estaban ausentes de Hiroshima en el momento de la catástrofe, volvieron tres días después y vivieron cierto tiempo en esas habitaciones. Dos semanas más tarde, presentaban ligeros síntomas de irradiación, entre ellos una hipoleucemia con 2.500 glóbulos blancos. No obstante, todos se curaron. Al parecer, en la prueba de Nuevo México, en que la bomba estalló a nivel del suelo, la persistencia de la radioactividad fue mucho mayor, de un mes aproximadamente, según ciertas publicaciones.

El conjunto de los síntomas clínicos y biológicos que se observaron en las víctimas de Hiroshima y que constituyen un síndrome que se podría denominar la «hiroshimitis » se puede describir como sigue. El síndrome parece deberse principalmente a la acción de los rayos gama; la acción de los neutrones no está todavía, hoy por hoy, exactamente establecida, pero parece a primera vista importante. Basta que un individuo esté expuesto un tiempo relativamente corto a esos rayos, que puede variar de algunos segundos a varios días, según la intensidad de las emanaciones. Las personas afectadas por la radioactividad pueden presentarse en diferentes condiciones. Pueden haber sido afectadas por todos los demás efectos de la bomba o por alguno. Una persona, a la que se atiende por una pierna rota, se queja de pronto de anemia. En otras, que sufren de quemaduras ligeras, aparece un melena (hemorragia intestinal). Mas, en la mayoría de los casos atacados por la radioactividad, observamos tipos puros del síndrome que denominaré hiroshimitis. Aparte de ese síndrome, se deben mencionar algunas raras excepciones de quemaduras debidas a los rayos X, aparecidas varios días después de la explosión, en forma de eritema primero y, luego, de ulceración. No se observó ningún caso de cáncer secundario”.

SÍNDROME DE LA HIROSHIMITIS

a) SÍNTOMAS CLÍNICOS

“Los primeros síntomas aparecen de uno a seis días después de la explosión y se manifiestan en forma de debilidad general, con palidez, inapetencia y tendencia a la náusea. A menudo, es esta falta de fuerzas lo que impulsa a las víctimas a consultar a su médico o a presentarse en los hospitales provisionales. Varios días más tarde, hacen su aparición hematemesis de melena, a veces hematurias, hemoptisis y epistaxis; luego, entre el décimo y el décimo cuarto día aproximadamente, sobrevienen disturbios pulmonares, gingivitis. Sobre la piel aparecen petequias, pequeñas y numerosas. Los signos de anemia, palidez de los tegumentos, taquicardia, ritmo respiratorio acelerado, se acentúan. La menor infección tiene un aspecto inquietante. Los casos de angina necrósica son frecuentes. La sedimentación sanguínea se acelera fuertemente y el signo de Rumpel-Leede es siempre positivo. El tiempo de coagulación se prolonga. A veces se tiene fiebre, independientemente de toda infección, debida probablemente a la reabsorción de la sangre, y a sufusiones sanguíneas abundantes. Muchas personas pierden completamente el cabello y los dientes se aflojan en las encías y caen”.

b) SIGNOS HEMATOLÓGICOS

“El primer trastorno que se manifiesta es la disminución rápida del número de glóbulos blancos en la sangre, es decir, la hipoleucemia. Va acompañado de una anemia grave, una especie de anemia aplásica. Las plaquetas sanguíneas disminuyen, a menudo hasta desaparecer. La punción del esternón muestra una disminución de las formas jóvenes. La hemoglobina se reduce casi en la misma proporción que los glóbulos rojos”.

c) ANATOMÍA PATOLÓGICA

“La autopsia de veinte víctimas, practicada por profesores japoneses de la Universidad Imperial de Tokio, permitió comprobar el mismo cuadro patológico de los diversos órganos que el profesor Tsuzuki había observado, en 1925, en sus experiencias con conejos. He visto personalmente numerosas piezas anatómicas. En resumen, en el examen microscópico se observaron sufusiones sanguíneas abundantes en casi todos los órganos: el cerebro, las meninges, los pulmones, el hígado, los riñones, las cápsulas suprarrenales, etc. Al microscopio, se comprobaron todos los aspectos posibles: desde la hiperemia intensa hasta la degeneración grasa y la atrofia. En la medula ósea, se comprobaron algunos raros fenómenos de degeneración. La causa de la muerte fue, al parecer, una anemia aplásica aguda con hipoleucemia intensa y las complicaciones habituales, infecciones, etc. Para los detalles, remito al lector a los trabajos de Heinecke y Tsuzuki, que siguen siendo perfectamente válidos, y a las publicaciones que los estadounidenses han editado en abundancia”.

d) COMPROBACIONES PARTICULARES

“Los niños fueron más afectados que los adultos, pero se recuperaron más rápidamente. Un examen hematológico de veinte testigos, elegidos entre personas que se encontraban a más de tres kilómetros de la explosión, mostró dos casos de hipoleucemia ligera (de 4 a 5.000 glóbulos blancos), mientras que la sangre de los demás era normal. La acción simultánea de la radiación ultravioleta y de los rayos gama parece ser más nociva que la de los rayos gama solos. Ello podía deberse, aparte de los trastornos ocasionados por las quemaduras y la hiroshimitis, a una perturbación del metabolismo debida a la radiación ultravioleta. En Nagasaki, parece haberse registrado un caso de leucemia, pero probablemente se trata de una simple coincidencia”.

En la parte final el doctor Junod plantea dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, qué elementos nuevos aportó al “arte de la guerra” el empleo de la bomba atómica. En segundo lugar, si los civiles pueden defenderse eficazmente contra ataques de semejante envergadura.

ELEMENTOS NUEVOS

“Esos elementos se conocían desde hacía tiempo, pero la novedad es el uso particular que se acaba de hacer de ellos: una bomba relativamente ligera es capaz de emitir rayos luminosos, cuya acción, en un espacio dado, es mortal para los seres vivos, si estos son alcanzados directamente o a través de una pantalla protectora insuficiente. Además, la deflagración, que se manifestaba, por lo que respecta a las bombas hasta entonces empleadas, en un radio de algunos cientos de metros, es capaz de extender su acción a kilómetros. Su potencia parece ser, pues, de diez a veinte veces más fuerte. Señalemos, además, que la acción de los rayos mortales, aunque es más rápida, es sensiblemente menos extensa que la de la deflagración y que estas dos fuerzas se complementan perfectamente para destruir todo rastro de vida en varios kilómetros cuadrados en una fracción de segundo. La vasta extensión de semejante desastre en una ciudad destruye parcialmente los servicios públicos y los desorganiza completamente; la radioactividad persistente es un peligro real para los equipos de socorro que proceden del exterior o salen de los refugios, ya que pueden ser puestos a su vez fuera de servicio”.

LA DEFENSA

a) LA DEFENSA ACTIVA

“La defensa activa es un problema militar que depende en último término de los sabios y los técnicos. Ahora bien, en el estado actual de nuestros conocimientos, si los V2 se emplean como vehículos de la bomba atómica, no se puede prever defensa alguna. Esos aparatos alcanzan una velocidad de 3 a 4.000 kilómetros por hora, es decir, muy superior a la del sonido y nada ni nadie ha podido nunca detenerlos. Por otro lado, el estallido de la bomba, a nivel del suelo o bajo el agua, desarrolla tal potencia que ni los refugios que parecen más seguros ni los buques más sólidos resisten. Las pruebas de Bikini, efectuadas después del bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y de Nagasaki, parecen haber producido un resultado todavía más aterrador, pero no tenemos todavía a este respecto información suficientemente precisa para hacernos una idea correcta”.

b) LA DEFENSA PASIVA

“Es la que interesa a los civiles residentes en las ciudades, porque una guerra atómica significaría, ante todo, la destrucción de las ciudades y los centros industriales. ¿Es posible una defensa pasiva? Parece irrealizable si la bomba atómica estalla a ras del suelo, ya que la potencia de la deflagración sería tal que los refugios, incluso protegidos por varios metros de cemento, se hundirían de resultas del choque. Además, ¿cómo hallar para estos refugios un sistema de ventilación opaco a las substancias radioactivas? Y si fuera factible, habría que prever la posibilidad de permanecer en el refugio un período de tiempo muy largo antes de salir, con el fin de no exponerse a la radioactividad ambiente. En cambio, parece que refugios subterráneos de cemento, con muros de 5 a 6 metros de espesor, resisten a la deflagración de una bomba que estalle a algunos cientos de metros del suelo. Así sucedió en Hiroshima. Por lo demás, incluso si la bomba estalla a nivel del suelo, ciertos refugios resistirían mejor cuanto más alejados estén del centro de explosión, ya que la triple fuerza mecánica, térmica y radioactiva que se desplaza paralelamente al suelo se debilitaría al chocar contra los obstáculos sucesivos: viviendas, edificios oficiales, etc., que actuarían de ese modo como pantallas protectoras de los objetivos más alejados.

En resumen, pese a la incertidumbre de la protección de los refugios, su utilización debe mantenerse para la defensa pasiva. Con todo, sería prudente emplazar hospitales, reservas de víveres, agua y medicamentos fuera de las ciudades, de ser posible detrás de colinas o pequeños promontorios naturales. La asistencia que se ha de prestar a las víctimas de las radiaciones ultravioletas es la que se suele proporcionar a los que padecen quemaduras, pero ha de recordarse que a esas víctimas también afectaron más o menos los rayos gama. Contra la acción de estos últimos, o como tratamiento de la hiroshimitis, hay que prever pequeñas transfusiones de sangre completa, repetidas varias veces al día, de plasma, etc. Las transfusiones masivas parecen contra-indicadas porque no hacen más que aumentar la púrpura y las sufusiones sanguíneas. La penicilina será eficaz contra las infecciones secundarias. Ante todo, habrá que pensar en evacuar con urgencia a las personas sanas o heridas fuera de las ciudades que han sufrido un ataque atómico, para sustraerlas a la acción de las radiaciones persistentes”.

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