Por Enrique Arenz.-

No fueron los pobres los que abofetearon a Macri para reconciliarse con el kirchnerismo, fue la clase media.

La amplia, difusa y poderosa clase media argentina se sintió destratada por un gobierno que la castigó con impuestos insoportables, le subió el costo de los servicios que estaba acostumbrada a recibir casi gratis y la obligó a cerrar miles de pyme y a despedir empleados. Pero además le pasó la cuenta de muchísimos más planes sociales de los que había en 2015. En lugar de reducir el descomunal gasto público heredado para aliviar la carga impositiva, Macri lo aumentó y cerró el déficit fiscal ajustando por el lado de los ingresos.

Fue esta frustración y no el amor a Cristina lo que le dio al Frente de Todos esa inesperada ventaja de 15 puntos en la «encuesta» llamada PASO del 11 de agosto.

Y hay que reconocer que tuvieron sobrados motivos para tener rabia y darle a Macri un cachetazo. Claro, llama muchísimo la atención que no hayan pensado en las consecuencias no deseadas de ese berrinche.

Primera consecuencia: la alegría que les dieron a los presos de Ezeiza y Marcos Paz; a los cientos de ex funcionarios y empresarios procesados por cohecho y otros delitos; a los jueces y fiscales de Justicia Legítima; a las mafias sindicales puestas en jaque por este gobierno como ninguno antes; a los narcos y contrabandistas acorralados por Vidal y Bullrich; a los miles de policías corruptos y procesados y a los que todavía infectan a la bonaerense; a los dirigentes sociales que les hacen la vida imposible a quienes quieren trabajar; a los medios periodísticos kirchneristas, sedientos de pautas y revanchas, algunos de cuyos dueños están en la cárcel por evasores y defraudadores del erario; a los actores y actrices K, necesitados de contratos millonarios para filmar películas que nadie ve; a Bonafini y sus secuaces de Sueños compartidos; a los «intelectuales» como Mempo Giardinelli, Dady Brieva y Eugenio Zaffaroni que prometen cambiar la Constitución y abolir el Poder Judicial para instalar un Servicio de Justicia que obedezca al gobierno; a los líderes bolivarianos que van quedando en América, empezando por Maduro, amigo de Cristina, dictador y asesino de siete mil venezolanos; a los espías del submundo de la inteligencia que montan operativos repugnantes contra periodistas, jueces y fiscales independiente; a los terroristas iraníes que hicieron volar la AMIA, y, en fin, a los D’Elía, los Aníbal, los Moyano, los caballos Suárez, los Esteche, y los que mataron al fiscal Nisman.

Segunda consecuencia: La reacción de los mercados, que votaron al día siguiente y provocaron el desorden cambiario y bancario interno que nos empobreció en 24 horas a todos los argentinos y nos puso al borde de una crisis hiperinflacionaria.

¿No tuvo en cuenta la clase media argentina estas consecuencias de su protesta? Parecería que no.

El núcleo duro y ultra del kirchnerismo, sediento de sangre y venganza, festeja ahora este regalo de sus propias víctimas de ayer y comienza a oler sangre. Quiere sacar a Macri de la misma manera en que lo sacaron a Alfonsín y a De la Rúa Lo quieren ver huyendo en el helicóptero de una Casa Rosada rodeada por La Cámpora al grito canallesco de “¡Macri, basura, vos sos la dictadura!”

Pero eso no lo quiera la clase media. Es más: le causa horror. No pensó que sucedería al votar como votó, y ahora está muy preocupada y asustada.

El domingo a la noche muchos argentinos desconcertados creíamos que era imposible revertir ese catastrófico resultado, pero ahora, en la medida en que la clase media da síntomas de tomar nota de las graves consecuencias de su voto, y con las medidas económicas (circunstanciales y meramente paliativas) que tomó Macri al darse cuenta de cuál fue la causa de su derrota, sabemos que no es imposible dar vuelta la elección en octubre. Si los que votaron con el bolsillo advierten que su situación empeorará con el regreso al poder del kirchnerismo, es muy probable que los Fernández bajen en octubre del 45 por ciento y que Macri aumente lo suficiente como para hacer posible la segunda vuelta. Es difícil, pero probable.

Alberto Fernández demostró en pocas horas del lunes 12 que no está dispuesto a cooperar con la gobernabilidad del país y que es capaz hasta de llevarnos a un conflicto con Brasil y el Mercosur. Aunque finalmente no tuvo más remedio que hablar formalmente con el presidente, todos sabemos que él no descarta el helicóptero, no porque lo quiera en lo personal sino porque es el gran anhelo de Cristina, que desde que se negó a entregarle el mando en diciembre de 2015, considera a Macri un odioso usurpador de su reinado.

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