Por Carlos Tórtora.-

El doble golpe kirchnerista contra Martín Guzmán le puso un cierre amargo a la gira presidencial por Europa.

El diputado del Frente de Todos Máximo Kirchner presentó un proyecto de ley para que en 40 municipios se paguen tarifas diferenciadas de gas con una reducción que oscila entre el 30% y el 50%, según la provincia. La iniciativa presentada este jueves por el titular de la Cámara Baja, Sergio Massa, y legisladores kirchneristas y del lavagnismo, busca alcanzar a más de 3 millones de familias con un alivio en las facturas. Obviamente, el proyecto afecta las cuentas fiscales de Guzmán y lo deja mal parado ante el Club de París.

El segundo golpe vino del Senado. El mismo aprobó un proyecto de declaración que le dice al jefe de la cartera económica que no use los derechos de giro del FMI para pagar deuda, sino para afrontar gastos de la pandemia.

En el primer caso, llama la atención que Massa se pliegue a un proyecto que castiga a Guzmán, lo que indicaría que las acciones de éste siguen en baja pese al esfuerzo del presidente por reflotarlo.

La lectura política obvia es que el kirchnerismo se prepara para una ofensiva final contra el ministro de economía.

La clave de los tiempos

Cabe preguntarse por qué Cristina Kirchner decidió obviamente acelerar la presión sobre Guzmán rechazando implícitamente la tregua que propondría Alberto.

Da la impresión de que la cuestión de los tiempos nos brinda una explicación de lo que está pasando. Tanto el presidente como su vicepresidenta saben que a más tardar en julio próximo el oficialismo deberá llegar a un pacto de no agresión para poder encarar con probabilidades de éxito la campaña electoral. Y mucho antes de esto debería estar en pleno funcionamiento el plan económico que suplante al de Guzmán. Esta situación obligaría entonces a acelerar los tiempos. Para Alberto, en este caso la opción es simple: continuar respaldando a Guzmán hasta las últimas consecuencias o dejarlo caer pagando un costo político prácticamente irreversible. Evidentemente, la ofensiva K apuesta a que el presidente ceda y se convierta en un títere, aun cuando esto ponga en riesgo la gobernabilidad.

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