Por Carlos Tórtora.-

El senador rionegrino -aliado del cristinismo- Alberto Weretilneck, acaba de poner en marcha una nueva etapa en la confrontación del kirchnerismo con la Justicia. Presentó un proyecto modificando los términos para la designación y remoción del Procurador General de la Nación. Lo sustancial del proyecto es que el Senado -de convertirse en ley este proyecto- requeriría sólo mayoría absoluta de votos para la designación y remoción del Procurador y no dos tercios como se requeriría actualmente. De este modo, el kirchnerismo duro le torcería el brazo al albertismo, ya que el entorno presidencial apuntaba a negociar con la oposición la designación de Daniel Rafecas, quien ya adelantó que si esta reforma prospera no aceptará el cargo.

Elisa Carrió se adelantó a la presentación de Weretilneck proponiendo un acuerdo con el gobierno antes de que Cristina Kirchner fuera por todo, como parece estar ocurriendo.

Adiós independencia

Con la designación y remoción por mayoría absoluta, el Procurador quedaría sujeto al imperio de la bancada oficialista y se destruiría la idea de que sea necesario un consenso amplio. De hecho, con el nuevo proyecto, el kirchnerismo podría colocar en el lugar de Eduardo Casal a cualquier incondicional.

Si el proyecto de reforma se convierte en ley, las consecuencias para el gobierno serían obvias. La oposición y la opinión pública en general denunciarían que el gobierno aplastó al poder judicial a través del sometimiento del Ministerio Público, colocando al presidente en una posición más que incomoda. De hecho, la ofensiva cristinista lo obligaría a plegarse a una postura insostenible política y jurídicamente. El gobierno dejaría de hacer equilibrio y quedaría totalmente volcado a la línea dura. Las consecuencias en la justicia serían obvias. Un Procurador incondicional podría ser fundamental para ir cerrando las causas por corrupción en contra de CFK y frenar cualquier denuncia que afecte al gobierno. La decisión de precipitar los hechos la habría tomado la vicepresidenta muy nerviosa con las encuestas que señalan que si las elecciones fueran hoy sólo una minoría votaría por el oficialismo. Una derrota del oficialismo podría desatar una ola de reacciones y desde ya que una de las principales sería un mayor apoyo a que se siga adelante con las causas contra la ex presidente. Por otra parte, la inevitabilidad del ajuste en el marco de las negociaciones con el FMI hace esperar un horizonte económico sin mayores esperanzas de reactivación.

Atrapado en el laberinto de construir un populismo sin plata, el kirchnerismo se enfrenta a un año electoral particularmente difícil, más por cuanto las consecuencias de la pandemia se harán ver y no se descarta un rebrote del virus.

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