Por José Luis Milia.-

“Tenemos 93 mil muertos, más de 150 veces los muertos de la Guerra de Malvinas… son tres veces las víctimas del terrorismo de Estado”. Martín Lousteau. Senador nacional, Juntos por el Cambio.

Debería haber usado la palabra estupidez en el título, pero son de tal magnitud los dislates que cometen aquellos que dicen que van a salvar a la Argentina, que cada día me convenzo más que es el nuestro un país inviable, tanto con la banda de malhechores que hoy nos gobiernan, como con aquellos que se presentan como la esperanza salvífica de una democracia babosa.

¿Qué buscaba, este impresentable, al asociar un número falopa- los 30.000- con la tragedia real que hoy, por incapacidad y deshonestidad de quienes gobiernan, aflige a la nación?, ¿mostrar la verdadera piel “progre” de ese refrito que hoy se llama juntos por el cambio?, ¿hacerle saber a la gente que, al igual que una zopenca que supo ser gobernadora de Buenos Aires, jamás leyeron el “Nunca más”?

Este fulano que expone cadáveres como si la muerte no fuera otra cosa que un juego estadístico -sean éstos de Malvinas, del Proceso o del COVID- es un desvergonzado que ha puesto precio a su escasa moral política. No olvidemos que él, la gran “esperanza blanca” de otro inmoral como es Rodríguez Larreta, fue quien pergeñó la 125, una ley perfecta de delincuencia económica hecha a la medida de los facinerosos del entonces Frente para la Victoria con el rastrero objetivo de hacer hocicar al único sector productivo que nunca les agachó la cabeza, el campo.

La realidad nacional nos muestra un futuro cada vez más negro. Puede ser que por causa del asco que el títere presidencial le causa a muchos argentinos, ellos ganen las elecciones de medio término y, por qué no, las presidenciales de 2023; si eso sucede no se olviden de hacer las valijas aquellos que puedan, porque, como cuenta Mateo en su Evangelio, al conocerlo por sus frutos, seguramente repetirán otra presidencia “progre” y mostrenca, que será un intervalo para que el trotsko-peronismo vuelva en cuatro años al gobierno. Descansado, pero con el cuchillo entre los dientes.

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