Por Carlos Tórtora.-

El gabinete de Alberto Fernández está resultando un rompecabezas distinto de lo que pretendía él. Cuando empezó su tarea de elegir ministros y secretarios, el presidente electo giraba alrededor de la idea de sumar a la totalidad del peronismo y especialmente a los gobernadores. Pero en las últimas tres semanas, Cristina Kirchner abandonó su conducta prescindente y se metió de lleno, tanto a colocar funcionarios como a vetarlos en no pocos casos. El cristinismo se abrió paso en Salud (Ginés González), Defensa (Agustín Rossi), Agricultura (Luis Basterra, hombre de Gildo Insfrán), Elizabeth Gómez Alcorta (Ministerio de la Equidad) e impondría al Ministro de Seguridad.

Sergio Massa, tras la frustración de las candidaturas de su mujer Malena en el Ministerio de la Mujer, de Diego Gorgal en Seguridad y de Mirta Tundis en la ANSES, estuvo al borde de patear el tablero y fue compensado a último momento con el radical Mario Meoni en Transporte.

Pero los gobernadores no recibieron compensación alguna. Juan Manzur, operador número uno de Alberto en el interior, vio derrumbarse la candidatura de Pablo Yedlin en Salud y también el sanjuanino Sergio Uñac y el entrerriano Gustavo Bordet terminaron frustrados en sus pretensiones de colocar ministros o secretarios. El resultado es un peronismo disconforme y crítico. Un síntoma claro de esto es la convergencia de los diputados nacionales de Juan Schiaretti con los de Roberto Lavagna para la creación de un bloque de 10.

Frustración

La ofensiva cristinista de algún modo le erosionó a Alberto la plataforma política sobre la cual pensaba sentarse, siendo que él carece de peso territorial propio en ningún distrito. En este sentido, el presidente llega a su asunción con su esquema de poder recortado significativamente.

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